La paradoja del Presidente que se va y un oficialismo que puede seguir


Alberto Fernández transita sus últimos pasos como inquilino de la Casa Rosada ejerciendo un rol absolutamente secundario en el proceso que encararon Sergio Massa y el kirchnerismo en busca de retener el poder en el balotaje 2023. Su imagen pública alcanza mínimos de aceptación históricos, su notorio desplazamiento de la mesa de decisiones ya ni siquiera genera resistencia entre los pocos funcionarios leales al Presidente. La inflación podría terminar el año alrededor de un altísimo 170 por ciento y la pobreza araña un ignominioso 50 por ciento.

Para un peronismo acostumbrado a los liderazgos fuertes, en los que el Presidente asume un rol central y estratégico, la actual situación del mandatario es toda una anomalía política. Fue corrido de la campaña y de las decisiones centrales de su propio gobierno que estuvieron diseñadas y ejecutadas por su ministro de Economía y candidato de Unión por la Patria.

Su voz y su opinión prácticamente no incidieron en la decisión oficial de fondo que terminó catapultando a Massa como candidato. Distanciado ya sin remedio de Cristina Kirchner, el final de Alberto Fernández como Presidente se escribe al compás de su ostensible letargo político.

El proceso de deterioro de la imagen pública de Fernández se acentuó luego de que se ventilara la fiesta de Olivos en plena cuarentena. Aquél pico de popularidad que alcanzó a comienzos de 2020 cuando el virus acechaba, se fue deshilachando con las fotos del cumpleaños de Fabiola Yañez. Publicadas hasta el hartazgo, se transformaron en dagas filosas que rebanaron la opinión ciudadana sobre la figura presidencial.

La política también metió la cola. El enfrentamiento con Cristina Kirchner se hizo más evidente tras la derrota legislativa de 2021. Los misiles con forma de cartas y mensajes en redes sociales de la vicepresidenta terminaron socavando a una gestión que ingresó en un proceso de fuerte declive.

La guerra en Ucrania y la sequía terminaron por armar un escenario de enorme complejidad para el gobierno de Alberto Fernández. La pelea interna también hizo lo suyo y acaso la intempestiva salida del ex ministro Martín Guzmán haya sido el momento cumbre del enfrentamiento con el kirchnerismo.

Aún en medio de todos esos pesares y el previsible abortado intento reeleccionista del Presidente, se ha configurado una extraña paradoja en la política argentina. Alberto Fernández no pudo ser candidato porque sus números de aceptación ciudadana son bajísimos. Sin embargo, el oficialismo encarnado ahora en la figura de Massa, nada menos que el ministro de Economía de su misma administración, está a un solo paso de retener el poder. De ese objetivo lo separan Javier Milei y la decisión soberana de la gente.

Difícilmente un gobierno de otro signo político hubiera podido reinventarse en medio de un contexto tan adverso para tornarse competitivo en términos electorales. Mauricio Macri, con indicadores económicos bastante más benévolos que los actuales, ni siquiera llegó al balotaje y naufragó en su intento de reelección antes de llegar a la orilla.

Casi sin antecedente

Se verá si la empresa que emprendió termina coronada con éxito, pero los estrategas de campaña de Massa y el propio candidato han podido de alguna forma escindirse de la suerte del Gobierno, presentándose como un apéndice superador al propio Presidente del mismo espacio. Una auténtica rareza para los procesos electorales de nuestro país.

El enfrentamiento con Cristina se hizo más evidente tras la derrota legislativa de 2021

Alberto Fernández, mientras tanto, ya casi no tiene agenda de gestión, fue barrido de la campaña y su poder de decisión aparece ahora monopolizado por Massa. Otra rareza: si el oficialismo resulta victorioso, al ministro sólo le bastará sentarse frente a un espejo para iniciar la transición hasta el 10 de diciembre. O acaso, sólo tenga que negociar con Cristina Kirchner.

Fernández, en acelerado proceso de erosión de su poder, parece empujado a un rol meramente institucional.

Acaso su último acto de gestión sea colocarle la banda a su sucesor. Quizás sea Milei. O acaso la suerte de sonría a Massa, que en los hechos ya ejerce es magistratura sin atributos.

 



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