La efectividad de los debates y la necesidad de buscarle una vuelta de tuerca


¿Sirven para algo los debates presidenciales? Hay un consenso respecto a que ayudan a mejorar la calidad democrática y, en cierta forma, sociabiliza la exposición pública de las fuerzas que llegan a la carrera final luego de las Primarias porque pone en un mismo plano a aquellas que cuentan con recursos millonarios para invertir en la publicidad de campaña tradicional con las que corren de atrás. Pero el formato elegido por la Cámara Nacional Electoral, muy rígido, de tiempos breves de exposición, con el objetivo de evitar discusiones álgidas cara a cara, parece restarle atractivo.

De hecho, el primer debate de este año, realizado el domingo 1º de octubre en Santiago del Estero, tuvo una mayor audiencia televisiva del que se hizo hace dos días en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. El público declinó interés tal vez porque la propuesta coral -cinco postulantes- perdió el atractivo del vivo luego del primer capítulo. Y el evento, en cierta forma, pareció situarse más en la lógica del show televisivo prolijo pensando en el rebote posterior, que en un ejercicio de confrontación de ideas.

Es por eso que existe una unanimidad de criterio entre los expertos de la ciencia política respecto a que es muy difícil que un debate como el que se vio el último domingo modifique más o menos masivamente preferencias electorales, salvo que pasara algo extraordinario, disruptivo. No fue el caso en ninguno de los dos encuentros.

En la era donde imperan las redes sociales como forma de vinculación instantánea, con la particularidad de que TikTok es una suerte de usina de consumo juvenil de casi todo, los candidatos presidenciales han transmitido la sensación de que afrontaron los debates con discursos guionados. Algunos incluso leyeron sus apuntes, algo que les resta seguridad ante el público. Tal vez porque pensaban más en lo que se va a replicar luego en las redes, y en cómo será aceptado o rechazado por esas audiencias virtuales, que en contestarle a un adversario algún ataque puntual e incluso no pensando como prioridad al público televisivo que estaba mirando en ese momento.

Coincide el politólogo y analista Hernán Reyes, de la consultora Filadoro, Reyes y Asociados, ante la consulta de este cronista: “Muchas de las frases/consignas se tiran en el debate apuntando a que la difusión posterior sea de alto impacto. Es la búsqueda de protagonismo al día siguiente en los medios tradicionales con títulos contundentes y el intento de acaparar el tráfico en redes”.

La tiranía de los “likes” y los reposteos, digamos.

Así, asistimos el último domingo por ejemplo a un hecho notable, otro más que desvirtúa la lógica del debate: en la ronda de preguntas que cada candidato puede hacerle a un rival, el interpelado no responde lo que le preguntan o sale para otro lado en la búsqueda de un rulo discursivo para atacar al que le formuló el interrogante o, incluso, a otro de los presentes que en ese momento no participaba del cara a cara.

En la línea de generar un boom en redes se anotan frases escuchadas el domingo como:

-“Me gustaría preguntarle al ministro si puede vivir con $124.000 por mes como viven los jubilados, bono incluido” (Myriam Bregman dirigida a Sergio Massa).

-“Defendemos a los ciudadanos, no como el kirchnerismo que defiende a los delincuentes. (Patricia Bullrich)

-”Milei quiere liberar las armas y con las armas liberadas, ¿saben dónde caen? En manos de los delincuentes, de los narcotraficantes” (Bullrich)

-”Hasta acá llegaste Javier” (Massa, en su postura defensora del género femenino)

-”Massa, no tenés que defendernos. Las mujeres nos podemos defender solas”(Bullrich)

-“Voy a ser presidente y voy a incluir a Hamás en la lista de terroristas de Argentina” (Massa).

-”Vamos a crear una agencia federal, un FBI argentino”. (Massa)

-”Vos también tenés gente dentro de tus listas que vienen de otros lados. Vos podés lavar tu pasado como montonera asesina”. (Javier Milei)

Aquella idea de que, hoy por hoy, el debate presidencial obligatorio -fijado por ley- tal vez esté más utilizado para un rebote posterior que puede llegar a ser infinito, ¿no puede llevar a pensar que el concepto quizás esté en crisis? ¿No debería buscarse una cierta laxitud en las formas hacia el futuro para revitalizarlo? Porque, más allá de que casi no hay contraste de ideas ¿que idea se puede profundizar con seriedad en sólo 2 minutos?

Tal vez en términos de atractivo para la audiencia asome como más eficaz el debate que se daría si se llega a un ballotage, que sería el 12 de noviembre. Ya asistimos a algo así en 2015, cuando Daniel Scioli y Mauricio Macri se vieron las caras los dos solitos. Tuvo 58 puntos de rating entre todos los canales que lo transmitieron.

Es probable que aquel debate sea, en efecto, mucho mas recordado que el que se realizó para la primera vuelta de ese año y que tuvo una particularidad, seguramente ya olvidada por el gran público: no asistió Scioli. Dejó la silla vacía, tal vez confiado en los números favorables que cantaba las encuestas en ese momento. En cambio, sí estuvieron el propio Macri, Massa (que entonces no era kirchnerista), Nicolás del Caño, Margarita Stolbizer y Adolfo Rodríguez Saá.

Es muy difícil que un debate como el del domingo modifique preferencias electorales

 

 



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