Durante su pontificado, Francisco defendió una cultura del encuentro frente a la lógica del descarte. Rechazó toda forma de exclusión basada en la utilidad o productividad de las personas, y abogó por una sociedad más justa donde cada vida sea valorada por igual.
Gran amante de la literatura, el Papa consideró siempre que leer novelas y poemas no solo forma el pensamiento, sino también el alma. En sus palabras, los libros son un “campo de entrenamiento para el discernimiento”, herramientas clave para madurar, comprender a los otros y enfrentar la vida.
Su admiración por el Cantar de Mio Cid y su debilidad por las tragedias reflejan su visión humanista: llorar por los personajes es, en el fondo, llorar por nuestras propias heridas. A sus 28 años, fue profesor de literatura en un colegio jesuita, donde descubrió el poder transformador de los libros en los jóvenes, incluso cuando ellos preferían a García Lorca por sobre el Cid.
También encontró en la obra de Dostoievski fundamentos éticos para su lucha contra la pena de muerte. Citando El Idiota, Francisco denunciaba esta práctica como una violación del alma humana.
A lo largo de sus doce años como Pontífice, Francisco reafirmó que su amor por la vida, la justicia y los más vulnerables tenía raíces profundas en su pasión por la lectura.
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