John Forester Rose, un joven banquero de Edimburgo de veintidós años, viajaba por Sicilia el 4 noviembre de 1876 para visitar fincas y minas de azufre propiedad de su familia, que explotaba la firma Gardner, Rose & Co. Había tomado el tren en Palermo, capital de la isla, para dirigirse unos cuarenta kilómetros hacia el sur, a la comuna de Lercara Friddi. Allí montó a caballo con sus ayudantes y guías locales para realizar una inspección de sus propiedades cuando una numerosa caterva de mafiosos rodeó con sus caballos al grupo del escocés y lo capturó. Se trataba de una pandilla liderada por Giuseppe Espósito, que trabajaba para el “capo” local, Antonino Leone, un campesino analfabeto.
Leone le hizo enviar una carta a la esposa de Rose exigiendo un altísimo rescate, nada menos que cinco mil libras esterlinas. La contestación de la familia del secuestrado fue que no tenían semejante cantidad de dinero. La respuesta que hizo enviar Leone fue que si no pagaba, John Rose perdería sus orejas. Luego, la mujer del banquero recibió dos cartas desde Sicilia cada una conteniendo una de las orejas de su marido. La siguiente carta contenía un trozo de nariz. Los periódicos británicos recaudaron la mitad de la suma pedida, lo que satisfizo a Leone, quien liberó a su mutilada víctima.
De Sicilia a Nueva Orleans
Entonces el gobierno británico forzó a Italia para que atrapara a Leone de lo contrario enviaría una división del ejército inglés a la isla. A las tropas italianas les costó un año y muchas bajas capturarlo en una rocosa ciudadela de las afueras de Palermo. Leone fue juzgado y encarcelado de por vida, pero guardias corruptos le permitieron huir y refugiarse en Argelia. Allí murió.
Su lugarteniente, Giuseppe Espósito, alias Giuseppe Randazzo o Vincenzo Rebello, después de que sus hombres más cercanos fueran detenidos, se entregó en Alia, una pequeña localidad de la provincia de Palermo. Fue acusado de homicidios, extorsiones, secuestros, robos, y llevado a Palermo para ser juzgado. Durante el viaje, escapó sobornando a los guardias. Junto con seis secuaces viajó a los Estados Unidos, primero a Nueva York y después decidió que donde más dinero haría sería en Nueva Orleans. Se lo considera el “padre” de la mafia estadounidense. En “Historia de Nueva Orleans”, su autor John Kendall realizó una definición de Espósito:
“Había aterrorizado las cercanías de Palermo. Desde niño, había sido un criminal. En su madurez, fue un forajido de la montaña, saqueando, quemando y asesinando. Capturado por la policía italiana después de una batalla desesperada, en la que su grupo de bandoleros fue destruido, escapó de la custodia y huyó a América. La prensa se llenó de historias de sus terribles hazañas en Italia, y fue buscado en todo el mundo … “
Hacia 1890, los sicilianos se habían constituido en uno de los motores económicos de Nueva Orleáns. Controlaban el suministro de frutas, verduras, pescado, carne, flores y ropa barata. El transporte por el Mississippi se convirtió en un dominio siciliano. En menos de una generación, los inmigrantes habían ascendido de obreros agrícolas a agricultores independientes, hombres de negocios e industriales. Giuseppe Espósito tomó el nombre de Vincenzo Rebello. Se casó con una chica siciliana y tuvo un hijo, a pesar de que ya tenía esposa y cinco hijos en Sicilia. Fue reconocido como “capo” por las diversas facciones de la mafia que ya estaban en Nueva Orleans. Espósito y su mano derecha, Joe Provenzano, controlaron rápidamente gran parte de la actividad en los muelles de Nueva Orleans y los mercados de productos agrícolas.
Espósito se expuso demasiado y los propios inmigrantes dieron aviso a las autoridades italianas que el secuestrador del empresario Rose, vivía en Nueva Orleans. Se contrataron detectives privados de la firma Mooney & Boland para localizarlo, pero al final dos policías de la ciudad, los primos Mike y David Hennessy, lo arrestaron cerca de la Catedral de St. Louis el 5 de julio de 1881 sin que hubiera violencia. Lo enviaron enseguida a Nueva York para la audiencia de extradición.
Joseph Peter Macheca, un magnate de barcos de vapor y destacado hombre de negocios siciliano de Nueva Orleans, le ofreció a David Hennessy 50.000 dólares si decía, en la audiencia de extradición, que el detenido con el nombre de “Vincenzo Rebello” no era Espósito. El policía se negó. Espósito fue extraditado a Roma y sentenciado por seis asesinatos. Murió en prisión. Hennessy se convirtió en un héroe nacional y con este impulso quiso concretar su mayor aspiración, ser jefe de policía de la ciudad. Sabía que Macheca se había convertido en su enemigo y que iba a hacer lo imposible para impedirlo. Y así fue. Por su influencia en la política, fue nombrado jefe de policía el hombre que David Hennessy más odiaba, Thomas Devereaux.
La bronca entre Hennessy y Devereaux venía de años
Devereaux y Hennessy se odiaban desde que Devereaux arrestó a Mike Hennessy, el primo de David, por robo. Luego les prohibió arrestar a Giuseppe Esposito y los primos no le hicieron caso. El rencor entre los policías eran tan grande que el 13 de octubre de 1881, poco después de las once y media de la mañana, se enfrentaron a los tiros.
Primero Mike Hennessy vio a Devereaux en el hall de la oficina del financista John W. Fairfax, con puertas y ventanas a la calle. Mike se acercó. Diría después que le pareció que Devereaux iba a desenfundar su arma y entonces disparó primero pero erró los tiros. Devereaux, no. Le acertó dos veces y Mike cayó herido. David, que estaba en una barbería cercana, escuchó el ruido de los balazos y corrió blandiendo su Colt. El jefe de policía se acercaba para rematar a Mike cuando irrumpió David y mató a Devereaux de un tiro en la cabeza desde corta distancia.
Los primos fueron juzgados y absueltos. Les dieron de baja de la Policía. David Hennessy se hizo detective privado y comenzó a militar en el movimiento de reforma de la ciudad que lideraba Joseph Ansoetegui Shakespeare. Para su fortuna, Shakespeare fue elegido alcalde en 1888 y Hennessy fue nombrado jefe de policía. Lo primero que declaró fue que su objetivo era destruir a los clanes mafiosos, y especialmente aplastar a Joseph Macheca.
Mafia divida y guerra de clanes
La organización criminal de Esposito en Nueva Orleans, después que lo arrestaran y deportaran, se dividió en dos: la poderosa familia de Carlo o Charlie Matranga, nacido en Monreale, Sicilia, secundado por Macheca, y el clan Provenzano. La fuerza de Matranga residía en el respaldo de los “Stoppaglieri”, miembros de una violenta hermandad que dirigía el crimen en Monreale. Más de trescientos “Stoppaglieri” habían llegado a Nueva Orleáns y superaban en número (una proporción de seis a uno) al pequeño clan Provenzano. Además, Matranga tenía capacidad para encontrar empleo a los inmigrantes, especialmente a los que habían llegado ilegalmente. Les conseguía dónde vivir o permisos de venta callejera o les resolvía, soborno mediante, sus problemas con las autoridades estadounidenses.
Matranga quería el dominio exclusivo de los muelles de Nueva Orleans y lidiaba con Provenzano para ver quién contrataba a los obreros que se ofrecían en los muelles sobre el Mississippi para trabajar en los vapores. En 1889 las dos mafias empezaron una guerra. Primero Joe Provenzano mandó un hombre a negociar la paz con los Matranga. Estos le abrieron la cabeza con un hacha. Luego Provenzano mató a un lugarteniente de Matranga.
El 6 de mayo de 1890, seis estibadores de la firma Matranga y Locascio volvían a su casa en un carro tirado por caballos después de descargar fruta toda la noche del barco Foxhall. Tony Matranga, Bastiano Incardona, Anthony Locascio, Rocco Geraci, Salvatore Sunseri y Vincent Caruso iban en el carruaje. Cuando llegaron al cruce de Claiborne Street y Esplanade, cerca de la una de la madrugada, hubo destellos y estruendo de disparos desde árboles cercanos. Decenas de balas dieron en el carro. La rodilla izquierda de Tony Matranga quedó destrozada (le debieron amputar la pierna en la parte inferior del muslo). Caruso sufrió una herida menos grave en el muslo derecho y otra en la pantorrilla derecha, que le cortó el nervio del pie. Un balazo le dio encima de la cadera a Sunseri. Algunos de los hombres de Matranga respondieron el fuego disparando en dirección a los árboles. El tiroteo terminó tan de golpe como había comenzado. Los atacantes escaparon a la carrera.
La Policía se enteró así que la guerra entre los bandos mafiosos recrudecía a pesar de que el jefe Hennessy había propuesto una tregua. Se supo que los atacantes del carro de los Matranga habían sido del clan Provenzano. Los principales miembros de esta familia y sus socios fueron detenidos. Esta decisión le creó problemas a Hennessy. Joe Provenzano era su amigo personal. Cuando los Provenzano fueron a juicio por el ataque al carro, veinte hombres de Hennessy mintieron bajo juramento. Hennessy les hizo decir que los acusados estaban borrachos en otra parte de la ciudad cuando sucedió el ataque. El jurado, sin embargo, no les creyó y declaró culpables a los acusados.
Durante toda una noche y el día siguiente hombres cercanos al jefe de policía presionaron al juez. Cuando se reanudó la audiencia y se esperaba que les impusieran una pena, el juez rechazó el veredicto del jurado diciendo que los Provenzano no habían sido claramente identificados. Se ordenó un nuevo juicio. Entonces Hennessy declaró públicamente que él desacreditaría a los Matranga revelando sus actividades criminales. Joseph Macheca, en nombre de Matranga, respondió: “Hennessy está investigando erróneamente el caso Provenzano y lo pagará”.
Los “dagos” y seis tiros para Hennessy
Cinco días antes de que los Provenzano fuesen juzgados de nuevo, es decir el miércoles 15 de octubre de 1890, quince minutos después de las once de la noche, Hennessy salía de su oficina con su amigo Bill O’Connor, capitán de una fuerza de policía privada casi tan grande como la de Hennessy. Después de comer en una marisquería caminaron por Girod Street, donde Hennessy vivía con su madre. El jefe de policía se despidió de O`Connor. Estaba casi llegando a su casa cuando aparecieron cinco hombres y le dispararon. Le pegaron seis tiros. Hennessy puso sacar su revólver y realizó algunos disparos. El jefe de policía gritó el nombre de O `Connor, quien había oído los disparos. O`Connor corrió a ayudar a su amigo.
–Me tiraron pero me defendí -le dijo Hennessy. –Hice lo que pude…
-¿Quién te disparó, Dave?
-Acerca tu oído -le pidió Hennessy en voz baja-. Los “dagos”.
A finales del siglo XIX, el desprecio hacia los italianos en los Estados Unidos había creado caricaturas y apodos infames para los inmigrantes, en su mayoría procedentes de las regiones del sur de Italia. Eran “medio negros” que, en una imaginaria escala racial que el fanatismo nacionalista tenía siempre a mano, significaba que estaban un escalón por encima de los negros. Pero el epíteto más común contra ellos era dagos. El término indicaba, de hecho, el apuñalador y probablemente derivaba de dagger (puñal).
El congresista Charles Grosvenor dejó clara la tendencia racista de los ciudadanos de Nueva Orleans en una de sus cartas:
«Nuestro clima cordial, la facilidad con la que se pueden satisfacer las necesidades de la vida cotidiana y la naturaleza políglota de la población han hecho que esta parte del país sea tristemente perfecta para los vagos y los emigrantes de la peor clase de Europa: el sur de Italia y Sicilia».
Hennessy fue introducido en una furgoneta y llevado al Charity Hospital. A los pocos minutos, Nueva Orleáns estaba en plena agitación. La muchedumbre se congregaba en el lugar donde tirotearon al jefe de policía. Basándose en el relato de O’Connor de que Hennessy había culpado a los “dagos”, el alcalde ordenó “registrar en toda la vecindad y detener a todo italiano con el que se tropezase” (entonces la comunidad italiana era de 30.000 personas sobre una población de 242.000 habitantes). Inmediatamente fueron detenidos unos cien italianos. Fueron sacados a la rastra de sus casas y encerrados en la prisión del distrito.
Al final, diecinueve de ellos fueron acusados del asesinato del jefe Hennessy. Nadie le preguntó a Hennessy si podía identificar a sus atacantes a pesar de que estaba consciente y habló durante la mayor parte de la noche del 15 al 16 de octubre. A las 9 de la mañana murió. Aún antes de los disparos, Hennessy era el policía más famoso de los Estados Unidos. Su muerte, a los 32 años, le convirtió en un mártir nacional y casi ocasionó una guerra con Italia.
De aquella criba de italianos arrestados al tuntún por orden del alcalde Shakespeare, diecinueve sicilianos fueron acusados del crimen de Hennessy. A diez se les imputó directamente haberlo baleado y a nueve de conspiración para matar al jefe de policía. Entre estos nueve, había miembros de la familia Matranga y estaba Joseph Macheca. Shakespeare culpó públicamente a las sociedades del estilete (“stiletto” significa daga en italiano) de la muerte de Hennessy. “Fue víctima de la venganza siciliana… porque estaba tratando de impedir las furiosas vendettas que tan a menudo han teñido de sangre nuestras calles”.
Los Provenzano tenían una coartada indiscutible: estaban en prisión esperando el juicio por el ataque al carro de los Matranga cuando le disparon a Hennessy. Tres días después del crimen, Joe Provenzano culpó a los Matranga del asesinato, basándose en que Hennessy habría sido un testigo en favor de los Provenzano. Un periodista le preguntó acerca de la mafia y respondió: “Dirigen (la familia Matranga) la sociedad de la mafia en todas partes, en San Francisco, St. Louis, Chicago, Nueva York y aquí”. Ni él ni sus empleados tenían nada que ver con esos grupos, agregó. “Todos nuestros hombres son italianos que se criaron aquí. Es decir son americanos.». Provenzano se salvó y entregó en bandeja a sus enemigos, una actitud que consideró la única posible en un momento en el cual el asesinato de Hennessy estaba causando mucha bronca contra los italianos en los Estados Unidos.
Un juicio escandaloso
Provenzano y los suyos quedaron libres de cargos y fueron liberados. El clan Matranga fue encarcelado. Con ellos también entró en la misma prisión un tal Frank Dimaio, que era un detective privado que se hizo pasar por gángster siciliano, y se ganó su confianza. Luego este Dimaio declaró que uno de los acusados, Joe Polizzi, le había dicho que Matranga y Macheca habían ordenado el asesinato de Hennessy.
El juicio contra los detenidos tuvo un preparación nerviosa y un resultado explosivo. Para el día del veredicto, 13 de marzo de 1891, los vecinos de Nueva Orleans ya habían dictado condena. La decisión del jurado alteró al más sereno de los ciudadanos. En la primera sesión, el jurado declaró inocentes a ocho de los once acusados. Lo mismo pasó con otros tres, aunque por falta de pruebas. Las pruebas eran débiles o contradictorias. El asesinato había tenido lugar en una calle mal iluminada y los sospechosos fueron identificados por testigos que no habían visto sus rostros, sino solo su ropa. El capitán O’Connor, que afirmó haber escuchado a Hennessy culpar a “dagos”, no fue citado a declarar.
Los periódicos llamaron a los ciudadanos a hacer justicia por mano propia. “¡Nueva Orleans, levantate!”, escribió el “Daily States”, y señalaba que la mafia había sobornado al jurado. El “Times Herald” hizo un llamado espeluznante: “Se invita a todos los buenos ciudadanos a la concentración que tendrá lugar a las 10 de la mañana a fin de tomar medidas para remediar al fracaso de la justicia. Vengan preparados para la acción”. El vicegobernador de Luisiana, John Wickliffe, exclamó: “Vayamos a la prisión y acabemos con estos matones de la mafia”.
Nueva Orleans entró en erupción
El 14 de marzo de las 10 en punto se congregó una multitud de ocho mil personas. Escucharon una alocución de William Parkerson, un joven abogado que era el director de la campaña del alcalde Shakespeare, que arengó a la multitud: “Hombres y ciudadanos de Nueva Orleans, síganme. ¡Seré su líder!” Armados con porras, fusiles y pistolas, los ciudadanos se dirigieron a la prisión. Descerrajaron la puerta principal y comenzaron a cazar italianos., celda por celda. El director, incapaz ya de defender su propia prisión, permitió que los italianos que esperaban ser liberados se dispersaran por el edificio en busca de un escondite.
Los once fueron encontrados y ejecutados. Seis de ellos, en un intento de escapar, se colaron en el patio, pero fueron sorprendidos por grupos de vecinos que les dispararon. Uno de ellos aún respiraba cuando otro disparo le arrancó parte del cráneo. Otro, semiinconsciente, fue arrastrado fuera de la prisión durante varias manzanas, lo colgaron de una farola y, además, lo acribillaron. Miles de personas no pudieron poner sus manos sobre los “dagos” así que buscaron a sus propias víctimas. Parkerson salió de la prisión llevado en andas por la multitud.
El cónsul italiano, Pasquale Corte, arriesgando su propia vida, fue inmediatamente al lugar: “Vi muchos cadáveres colgados de los árboles…”, escribió, acusando a los políticos de la ciudad de ser responsables de la masacre.
Los periódicos de los Estados Unidos celebraron el linchamiento o lo aceptaron como una obligación social. El “Daily States” publicó: “¡Ciudadanos de Nueva Orleans! En una justa revuelta, en un fatídico vendaval de poderosa rabia habéis reivindicado vuestras leyes, poco antes profanadas… ¡Vuestra venganza ha quedado consagrada en la sangre derramada de los asesinos!”. El Times de Londres, incluso, lo aprobó.
Por orden del ministro italiano de Asuntos Exteriores y jefe del gobierno, Antonio Starabba, marqués de Rudini, Italia envió una protesta formal al secretario de Estado James Blaine. Se pedían, además “medidas enérgicas” de protección para los italianos, el castigo inmediato de los linchadores y que se pagaran indemnizaciones a las familias de los muertos. Estados Unidos se negó, Italia retiró a su embajador de Washington y Estados Unidos hizo lo mismo con el suyo en Roma. Hasta se hablaba de que Italia declararía la guerra.
El 5 de mayo de 1891, el Gran Jurado de Nueva Orleans exoneró a los responsables del linchamiento alegando que no era posible juzgar a toda una ciudad que había actuado sin premeditación. La crisis diplomática duró hasta el 9 de diciembre de 1891, cuando el presidente Benjamin Harrison, en su discurso anual al Congreso, calificó el linchamiento de Nueva Orleans como “una ofensa a la ley y un crimen contra la humanidad”. También dispuso una indemnización a las familias de las víctimas por un total de 25000 dólares. Harrison señaló que aunque “la ofensa no fue infligida por los Estados Unidos, el presidente la considera un deber solemne”.
FUENTE: https://tn.com.ar/internacional/2022/08/19/crimenes-y-linchamientos-en-nueva-orleans-el-ano-en-que-la-mafia-puso-a-eeuu-e-italia-al-borde-de-la-guerra/
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